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Estas son 5 secuelas de los gritos en la crianza que debemos evitar asumiendo una educación basada en el amor y el respeto.  

Afortunadamente, cada vez nos adentramos a tener mejores recursos para una crianza positiva que se base en la comprensión, el respeto y el amor. No por ello sea una educación laxa y permisiva, sino que se enfoque en el cuidado del desarrollo integral de niños y adolescentes.  

No obstante, aún hay padres y madres que tienen dificultad para manejar sus impulsos en la crianza y, por causas diversas, aún grita y castigan severamente a sus hijos, incluso algunos todavía ejercen la violencia mediante los golpes.  

Por supuesto, estas medidas educativas, además de obsoletas, son ampliamente dañinas en la vida emocional de la persona, con secuelas a largo plazo, que llegan incluso a afectar la vida adulta.  

La violencia de los gritos 

Los gritos son una forma de violencia verbal hacia los niños y jóvenes, lo cual genera efectos negativos en el desarrollo socioafectivo.  

Bajo esta observación tengamos claro, entonces, que los gritos no educan y solo deterioran los vínculos entre padres e hijos y generan consecuencias negativas en el desarrollo emocional de cada individuo.  

Igualmente, debemos reconocer que los gritos son producto, no de la conducta de los niños, sino de la falta de habilidades de los adultos de regular las propias emociones de ira, irritación, angustia o frustración. Nos salimos de control frente al niño.  

Al final de cuentas, el grito solo implicará un abuso de poder que descalifica a los niños, los intimida, los humilla y les genera sentimientos de inferioridad y culpa. Pero ello no garantiza que no vuelva a cometer errores, pues están aprendiendo y seguirán equivocándose sin voluntad de hacerlo.  

No generan respeto, sí miedo 

Consideremos también que los gritos no generan respeto hacia los adultos, en el peor de los casos los niños cambiarán su conducta por miedo. Sin embargo, no habrán aprendido sobre la necesidad de atender instrucciones, normar su conducta social o seguir límites que los protejan y les den confianza.  

Los gritos y castigos son síntoma de una crianza autoritaria en la que la relación de padres e hijos se basa en el miedo, no en el amor y el respeto o la confianza. El miedo hace que los niños pierdan la confianza en los padres y, por consecuencia, el deseo de interactuar con ellos.  

Daño a la autoestima  

Gritar no es solo elevar el tono de voz, en la gestualidad y vocabulario que los acompaña está la carga emotiva que perciben los niños y jóvenes. Estas suelen dañar su autoestima, pues suelen ser expresiones hirientes.  

Cuando gritamos a los niños y jóvenes, buscando educarlos, solo conseguimos descalificarlos, humillarlos, intimidarlos y generar un sentimiento de inferioridad.  

Las agresiones verbales que implican los gritos dañan la confianza de los niños cuando se trata de interactuar con los padres y cuidadores. Si el pequeño tiene algún problema, no acudirá con ellos por miedo al enojo y la falta de apoyo.  

Así, los gritos generan distancia y malestar emocional, ya que los niños perciben a sus madres, padres y cuidadores como figuras distantes, frías e incapaces de comprenderlos. 

Reproducción de la violencia 

Cuando se cría en un ambiente de gritos constantes, los niños y jóvenes aprenden que esa es la manera apropiada de resolver conflictos. De tal manera, llevarán esta práctica al exterior del hogar y se volverán violentos, al comunicarse mediante gritos con los demás.  

Los menores de edad que han sido expuestos a agresiones verbales de este tipo desarrollan conductas agresivas y desafiantes como mecanismo de defensa. Les enseñamos que esa es una forma válida y legítima de comunicarse y de resolver las diferencias. 

Irreflexivos 

Los gritos no dan lugar a la reflexión, el diálogo o la conciliación. Así reiteramos que los gritos no educan, solo espantan a los niños y modulan su conducta vía de miedo, no la comprensión de las posibles consecuencias que sus actos pudieran causar.  

Los gritos generan malestar emocional, disparan los niveles de cortisol, que es la hormona relacionada con el estrés y, por lo tanto, no permite a las personas pensar claramente y buscar soluciones a los problemas.  
 
Gritar, cuando lo que intentamos educar, también puede provocar que los niños pierdan los límites sanos y cada vez requieran de correctivos más enfáticos y violentos para corregir su comportamiento.  

Educar sin violencia comienza por aprender a gestionar nuestras propias emociones y habilitarnos en comunicación asertiva y escucha activa. Cuando los problemas escalan su medida, lo ideal es acudir con un profesional de las relaciones familiares que guíe el proceso de reaprendizaje de métodos no violentos para vincular a padres e hijos.  

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